La chiva

En mis años de infancia y de juventud se pusieron de moda en mi ciudad natal, Cali, las salidas en chiva. Los fines de semana era asunto de ponerse pintoso y ¡a la “chiva rumbera”! También llamada “chiva parrandera”. Trago, música y baile hasta las tantas de la madrugada, o de la mañana, iba haciendo paradas en algunas discotecas según la ruta establecida. La gente disfrutaba sentada o de pie, bailoteando, cantando y bebiendo. Se celebraba, se bebía aguardiente y se bailaba de todo. Los más rumberos de mi edad deben tener buenos recuerdos de esos tiempos.

A estas alturas del texto ya ha quedado claro que no estoy hablando de un animal, aunque la palabra sea la misma. Y es que los campesinos de las zonas rurales de Colombia por donde pasaba este “bus escalera” (como también era conocido), asociaban el sonido de su claxon con el del animal y empezaron a llamarlo así. Pero sépase que hoy en día reciben además un nombre propio. Sí, como se acostumbra con las embarcaciones. Y es que qué bonito es que le hablen a uno por su propio nombre. Las chivas son bautizadas y cada una tiene algo así como su propia “chivonalidad” asociada a los dibujos y colores que plasman a mano en su carrocería los artesanos colombianos. Se han convertido en obras coloridas de gran atractivo turístico y en representación de la colombianidad.

Yo también llegué a ser usuaria más o menos frecuente de este curioso tipo de transporte, más por motivos asociados a sus orígenes que a usos rumberos más recientes. Resulta que en los años noventa estaba participando en un proyecto de biodiversidad con compañeros de la universidad. Tomábamos el bus en la estación de buses de Cali y luego, antes de llegar a Buenaventura, debíamos tomar otro transporte para llegar ala población de Tatabro. Ese transporte no se sabía con seguridad cuál sería. Normalmente eran jeeps en los que cabían unas diez personas (oficialmente), pero otras veces podía ser una chiva. No sé para cuántas personas. Siempre iba repleta hasta el techo, el cual había sido adaptado para el transporte de todo tipo de productos, mercancías, animales y… más personas. Con frecuencia se trataba de vehículos destartalados. Los caminos de trocha, con huecos y demás obstáculos, se convertían en un gran reto a salvar para poder avanzar por ese Chocó biogeográfico tan exuberante y cautivador como indómito. Eran vehículos vetustos, ruidosos y pesados, de gran importancia para esta localidad que queda a un par de horas, por tierra, de Cali. También eran resistentes y necesarios para el transporte terrestre en todas las zonas rurales del país.

La chiva, ese vehículo híbrido entre bus y jeep originario de Antioquia, Colombia, con adaptaciones para desplazarse por terrenos accidentados y llevar gran carga, actualmente se encuentra repartido por todo el territorio colombiano con todo su despliegue de color. Hoy se le ve rodar y desparramar su gracia de contrastes en Antioquia, Cartagena y el Eje Cafetero, entre tantos otros lugares tan pintorescos como ella.

Las chivas se han convertido en obras coloridas de gran atractivo turístico y en representación de la colombianidad.

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